La función del síntoma

25.06.2023

El sufrimiento es una experiencia inevitable y esencial en la vida del ser humano.

Si nos sentimos angustiados/as, sin esperanza y con un bajo estado de ánimo. Si nos enfrentamos a una sensación intensa de vacío, soledad y ausencia de sentido...

¿Sirve de algo entenderlo como un efecto de la ansiedad y/o una depresión?

¿Simplemente estamos ante una alteración en los niveles de neurotransmisores, la bioquímica y el funcionamiento normal del sistema nervioso?

¿Significa eso que somos enfermos/as mentales?

Esta visión biomédica de la salud mental -en la que se entiende la sintomatología como un signo de enfermedad- simplifica en exceso el sentido de nuestras emociones y nos aleja de su verdadero significado.

Además, al asignar una etiqueta que "explica" nuestro sufrimiento, se invisibiliza la importancia de las experiencias vitales y de las situaciones socioeconómicas que influyen en su aparición, algo que nos impide abordarlo de una forma realmente efectiva.

Igualmente, se genera una (in)cómoda sensación de indefensión ("No soy yo, es mi ansiedad"), en la que solemos evitar la responsabilidad de actuar sobre aquello que nos sucede.

¿Y qué sentido adquiere la sintomatología?

En un inicio, el síntoma surge como una solución espontánea ante una situación en la que necesitamos adaptarnos. Su función está asociada al bienestar, y sirve para establecer el equilibrio y salvarnos de las amenazas del interior-exterior.

Algunas veces, es normal que intentemos evitar nuestras emociones, especialmente si nos sentimos sobrepasados/as. La búsqueda de explicaciones aumenta la sensación de control y nos ayuda a enfrentar la incertidumbre. Así mismo, al someternos y actuar según la voluntad de los demás, es más fácil que seamos aceptados/as. 

Estas respuestas suelen generalizarse -ya que suponen un alivio al sufrimiento-, y acaban solidificándose en forma de estructura, siendo la base sobre la que nos relacionamos con el universo que gira a nuestro alrededor.

Sin embargo, el ambiente evoluciona... y su utilidad no siempre se adecúa a la variedad de situaciones a las que nos enfrentamos en la vida. Si no están actualizadas, y si no sabemos suavizar su intensidad, son ellas las que nos generan sufrimiento.

Entonces, la sintomatología surge debido a una falta de ajuste entre las exigencias del entorno y la forma en la que sistemáticamente intentamos responder a ellas.

Simplemente, actúa como un aviso sobre aquellas necesidades que estamos invalidando, sugiriendo así la importancia de una relación más saludable entre el individuo, sus emociones y la gente de su alrededor.

Sintetizando, el síntoma es la vivencia subjetiva y la expresión visible de una experiencia interna (y generalmente inconsciente) que nos está superando y no estamos sabiendo asimilar.

Su aparición es la señal inmediata de que algo en nuestro interior necesita ser atendido, y supone una válvula de escape para aquello que no está suficientemente bien integrado, y que al simbolizarse espera ser elaborado en la superficie.

En este sentido, es fundamental saber escucharnos en el sufrimiento, y entender la sintomatología como una expresión metafórica de nuestra subjetividad... ya que si únicamente intentamos silenciarla, nos alejamos de su función y volverá a surgir en el futuro. 

En la psicoterapia, establecemos un espacio de intimidad y seguridad en el que bucear en su significado -y explorar sus beneficios secundarios-, eligiendo vías más saludables de actuar y avanzando así hacia un bienestar verdaderamente sostenible.

La función del síntoma